El otro día leí un artículo de opinión en el diario El País sobre la puesta en marcha de la política anti-móviles en Francia. Se trata de prohibir el uso de dispositivos smartphone en las aulas al considerarlas como negativas para la concentración del alumnado.
Hoy he visto en el Diario de Burgos un artículo de la Ministra de Educación tratando el tema. En una de las preguntas que le formulan se pone de relieve que el deseo de la titular del ministerio es reflexionar sobre la pertinencia de la prohibición del uso del móvil.
Parece ser que es un tema de mucha vigencia, y la lectura que se le da es desde dos perspectivas:
- La tecnología es el caos. Únicamente desterrándola del aula puede el alumno concentrarse para mejorar su rendimiento en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
- La tecnología es buena y necesaria. No es necesario desterrarla porque puede ser útil en el desarrollo del aprendizaje. No es cuestión de convertirla en enemiga, sino de usarla a nuestro favor.
Bajo mi punto de vista, la tecnología no es buena ni mala en esencia. Ya desde el siglo XVIII los ludditas clamaban contra ella al considerarla sustitutiva del trabajo humano, y por ende, negativa. Tampoco creo que sea la panacea y que deba estar presente en todos los aspectos de nuestra vida. Bastante tecnología tenemos en nuestro quehacer diario como para fomentar su abuso (que no uso) durante las horas lectivas. Quizá si que sea necesaria una desconexión del alumno. Pero no por cuestión de concentración, sino por cuestión de posible dependencia.
Mi opinión es la siguiente: la tecnología es útil en el desarrollo docente, pero siempre y cuando se rija por una simple pauta: el uso de la misma debe ser complemento docente, no suplemento. No debe sustituir el papel del profesor, es decir, no debe centrarse el desarrollo programático en su uso, sino que debe ajustarse a lo que el docente considere oportuno.
Prohibir el uso del móvil en el aula genera un debate de muy profundo calado: que la tecnología nos sobrepasa. Que nos domina y no podemos dominarla, y por ende, debe prohibirse su uso.
¿No sería mejor generar un debate acerca de su uso y abuso?¿No sería más saludable hacer ver en el alumnado (y en los propios docentes) que nuestra sociedad emplea la tecnología de forma completamente desproporcionada?
Por lo visto, ante el debate, la primera medida es la prohibición en vez de la reflexión.
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